lunes, 26 de octubre de 2009

Notas de Barcelona, tercera entrega.

Cold beer, agua, coca light.


Barcelona es una de esas ciudades que viven por sí solas. Que están vivas sea quien sea que vive sobre ellas. En Barcelona podrían vivir catalanes como ahora, o vascos, o españoles, o mexicanos, o turcos o una nueva raza llamada okupos. A Barcelona le da igual. Es de esas ciudades que se mueven solas y que deciden por sí mismas.

Un mesero quiere cruzar la calle hacia su mesa en Las Ramblas. Ha estado molestando todo el día a los comensales con sus pláticas incoherentes. Quiere que Catalunya sea libre pero no sabe por qué. Simplemente quiere ser libre. Si lo fuera, entonces estaría molestando a los comensales con su deseo de que Catalunya fuera parte de España. En fin. Quiere cruzar la calle y el viento cabrón le tira la charola. Barcelona no lo quiere acá.

Una cantinera mexicana que trabaja en el Copetín, un antro de salsa bastante malo en el barrio del Borne, lleva por nombre Danae. Y cuando le preguntas por qué diablos se llama así, dice que su nombre se lo puso el viento. Chingada madre. No es cierto. Su nombre se lo puso el jipi de su padre porque en los setenta el ácido llevaba a los hombres a los libros de mitología griega porque era cool. En fin. Danae comienza a vomitar en una alcantarilla del barrio del Borne, mientras lo hace, la cara se le descompone hasta que luce como el mismísimo diablo. Un diablo muy triste. Cuando termina, entra en un bar clandestino del barrio gótico. Saluda de beso en la boca al Paki de la entrada. Se conduce hasta la barra. Un dardo salido de la mano de una alemana le pica el cuello. Danae piensa que va a morir mientras yace en el piso meado. Barcelona le dice que acá no va a ser.

Un Paki termina su jornada laboral a las ocho de la noche. Desde las nueve de la mañana vende cerveza fría, coca light, agua y  barras de hash a discreción en la playa de la Barceloneta. No entiende ninguno de los dos idiomas, apenas habla inglés y se refieren a él como “paki” cuando en realidad es de Túnez. Sabe contar sólo del uno al cincuenta y de cinco en cinco. Siempre está a la caza de clientes, sólo que para los que van a la playa, él es la bestia. Cuando el paki termina su jornada laboral a las ocho de la noche, se reúne con los otros inmigrantes a contar el dinero. Se sientan en una banca frente al mar; no tienen más de diez minutos porque pronto llegará la policía catalana y saldrán corriendo. El Paki se despide de sus amigos, camina lento. El viento que viene del mar le refresca la cara, lo baña. Apenas comerá un pedazo de pizza o de pan esta noche. Pero lo hará viendo al mar, viendo directamente a ese punto de dónde viene el viento. El viento de su Barcelona.

 

Hotel Oriente, Barcelona.

 

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