sábado, 10 de octubre de 2009

Sonia y Carolina.

Sonia y Carolina.

 

Para José Montalvo: extraño espejo de mi futuro yo.

I.

 

Cuando las hermanas se encontraron, Sonia iba rumbo a la playa y Carolina a las tiendas del centro. Se saludaron como si no se hubieran visto en años, a pesar de que apenas por la mañana habían desayunado juntas en la casa de verano de sus padres. Pero les gustaba saludarse así: los transeúntes volteaban sin chistar, sorprendidos ante el espectáculo que daban dos excitantes lolitas, gemelas idénticas, abrazándose y besándose en la boca, lengua incluida. Las dos vestían shorts diminutos de mezclilla que dejaban ver el inicio de las pequeñas pero bien formadas nalgas. Cubriendo los senos demasiado grandes para tener sólo quince años de vida, Sonia llevaba el top del bikini mientras que Carolina, más conservadora, mostraba una blusa blanca de algodón que  dejaba vislumbrar con claridad el rosa de sus pezones. Se despidieron no sin antes brindarle al público presente, ahora ya aconglomerado sobre la banqueta del malecón, un último show consistente en acariciarse una a la otra con la yema del pulgar los pezones ahora erectos y jugar a la enredadera con sus lenguas.

 

II.

 

Eran la diez de la mañana en punto cuando Sonia extendió sobre la arena caliente una toalla blanca estampada con flores. Se desprendió del top rojo del bikini y sus dos tetas bambolearon un poco antes de quedarse estáticas, viendo perfectamente hacia el horizonte. Levantó un poco las nalgas para retirar con un movimiento delicado de la mano, la tela del bikini de su culo. Miró por varios minutos el rompimiento de las olas, hasta que los agresivos rayos del sol le recordaron que debía untarse el cuerpo entero con la loción que había comprado la noche anterior en el ahora lejano aeropuerto de la Ciudad de México. La esparció obscenamente por todo su cuerpo sin excluir el pubis. Tan sólo alzó un poco el calzón dejando ver a nadie el vello meticulosamente recortado linealmente. El calor del sudor que le resbalaba desde el cabello, hizo que extrañara las manos de Carolina recorriendo cada milímetro de su cuerpo, la redondez de sus tetas y el duro de sus nalgas. Idéntico al suyo.

 

Desgraciadamente para ella, la playa se encontraba casi desierta, sólo una familia padremadreydoshijos, cuya mamá al ver que su marido no despegaba los ojos de ese par de senos hipnotizantes, ordenó la retirada de inmediato a una playa cercana. Sonia sonrió al constatar su poder sexual apenas descubierto y se recostó sobre la toalla, jugando con los dedos de sus pies sobre la arena, esperando con los ojos cerrados a su hermana, o a algún amigo con quien jugar.

 

III.

 

Es insoportable el calor dentro del departamento. Las miro mientras se recuestan. Miro su cuerpo desnudo extendido sobre la terraza, el sol quemándoles la piel, cientos de gotas saladas sobre el dorado de sus nalgas, de sus tetas, de su abdomen. Se reflejan a la perfección sobre sí mismas; los pezones y las rodillas pegadas, resbalando ocasionalmente a causa del aceite, como dos lenguas trabadas, como dos peces bailando en el fondo del cerebro acuoso de un pervertido.

 

IV.

 

Los pasos de Carolina son a veces largos, a veces cortos. No decide en tomarle un ritmo constante a su caminata. No quiere hacerlo. Las calles empinadas del centro, comienzan a llenarse de burócratas en guayabera y portafolios en la mano, de sirvientas regresando del mercado con bolsas repletas de comestibles que sus patrones ricos nunca comerán. El sol empieza a pintar las casas blancas de naranja y amarillo mientras Carolina, decide que entrar a probarse unas cuantas faldas en la tienda de moda, parece ser la mejor opción. Entra y en sus nalgas se lleva las morenas erecciones de algunos albañiles y taxistas. Un fino empujón abre la puerta llenando de aire acondicionado los pezones ahora endurecidos. Un joven y desprotegido empleado mira con sorpresa la llegada de la niña quien a su vez lanza un par de ojos verdes y despreocupados sobre las prendas colgadas. Sin embargo, en su cabeza comienzan a agolparse cientos de imágenes que terminan en una: un pene moreno, ancho y no muy largo. Detrás del mostrador el torso del empleado luce sereno, mientras que debajo de la cintura, la sangre ha llegado en torrente hasta el pubis tensando hasta los últimos músculos, abriendo al máximo la delgada tela del pantalón. Carolina se mueve por entre las prendas dejando a su paso un tenue olor a durazno, acaricia alguna manga, el borde de una falda hasta que se detiene: el líquido caliente ha comenzado a rellenar sus entrañas, haciéndola voltear directamente hacia los ojos del empleado. Silencio. El motor del aire acondicionado apenas si susurra. La vagina se humecta, el pene se ensancha. El buenos días sobra, el juego ha comenzado. 

 

V.

 

Ya no está sola. Sonia está acompañada. Ríe fingidamente cada vez que alguno de sus dos interlocutores suelta un chiste gastado. Los dos estudian en una universidad privada de la Ciudad de México, uno es rubio, el otro castaño, los dos tienen un idéntico cuerpo atlético y, por suerte, nada más. Sonia no quiere saber nada más. Y mientras la mañana avanza, el sol se enfurece y el calor y la humedad comienzan a volverse insoportables. La plática de los dos muchachos no llega ni a ser eso, se queda en el límite de un balbuceo y la primera palabra de un bebé. Pero Sonia no necesita de otra cosa. Los invita a sumergirse en el agua hasta el cuello y ellos corren tras ella mirando los pequeños granos de arena que se han quedado pegados sobre las nalgas, tratando de disimular sin éxito las erecciones que Sonia ya imagina en su cabeza. Debajo del agua, las corrientes marinas murmuran por entre las seis piernas. Las pequeñas manos de Sonia desanudan los cordones de los trajes de baño de los dos chicos, los penes se ven envueltos por la sal del mar, Sonia sumerge la cabeza, abre los ojos con dificultad, extiende las dos manos y comienza con su labor.

 

VI.

 

Su madre mira por encima de mi hombro. No se sorprende al revelársele letra por letra lo que escribo. Se introduce a pasos rápidos en la cocina y comienza a preparar nerviosamente una jarra de limonada.

 

 

 

VII.

 

El pequeño vestidor resulta insuficiente para los movimientos abruptos de los dos jóvenes. Carolina sale empujada hacia el centro de la tienda por el pene del empleado quien embate con fuerza por en medio de las nalgas sin importarle que alguien entre. No va a dejar escapar esta oportunidad de oro. Hacía ya más de tres meses que no penetraba a una mujer y en esta ocasión se va a dar un festín. Carolina acepta cordialmente el pene que remueve el interior de sus órganos y lo envuelve con su pequeña vagina pues lo quiere hacer explotar ya pronto. Pero no parece que el asunto vaya a terminar al menos en un par de minutos más. El empleado sabe que un día como éste no va a volver a presentársele en todo lo que queda de su vida, por lo que aguanta la eyaculación lo más que puede. Incluso saca el pene de vez en cuando tal como aprendió de alguna película y lo pasea por la espalda desnuda de Carolina. Adentro otra vez. Afuera una vez más. Ahora voltea a la niña y se lo pasea por la cara. Carolina lo relame hasta que lo toma de la base, se voltea de nuevo y se lo vuelve a introducir, ahora por el culo. Es imposible retener el semen cuando un espacio tan estrecho aprieta con tal fuerza el miembro. Un par de embates más y suelta todo dentro del intestino grueso de Carolina. Ella gime pero no mucho. Tampoco es tan puta. Por fin abre los ojos que mantuvo cerrados durante toda la acción. Ante sí tiene la falda de mezclilla que había buscado sin éxito por todos los centros comerciales de la Ciudad de México. La descuelga y dice: “Ésta me la llevo puesta”. El empleado saca el pene. Este día, sin duda, ha empezado bien para él.

 

VIII.

Es difícil mantenerse dentro del agua por más de un minuto. Y más si se trata de chupar dos penes al mismo tiempo. Por ello Sonia prefiere bajar el pequeño calzón que la cubre y dejar que alguno de los dos muchachos decida penetrarla. Le da igual cuál de los dos lo hace primero. Sólo abre un poco sus dos pequeñas nalgas y cierra los ojos. El rubio se decide. Intenta introducirse dentro del cuerpo de Sonia pero no lo logra. Ahora es el turno del castaño. Lo intenta un par de veces hasta que comienza a moverse de atrás hacia delante. Sonia abre los ojos. El castaño no ha atinado y lo único que hace es restregar el miembro entre la línea de sus nalgas. Desesperada, toma de la punta el pene y trata de introducirlo en su vagina. Demasiado tarde. El pene del castaño ha eyaculado. Ahora intenta una vez más con el rubio. Error. El ser partícipe de tal espectáculo lo ha excitado tanto que ha soltado ya sus millones de espermatozoides dentro del mar. Sonia patalea un poco. Decide nadar hasta la orilla. Carolina ha llegado.  La saluda con la mano desde la arena.

 

IX.

 

Una mierda de relato. Eso es lo que es. He fumado ya más de doce cigarros. Una botella de ron completa ha resbalado por mi garganta. Su madre entra a la sala con la jarra de limonada sobre una charola. Las observa a ustedes mientras toman el sol desnudas. Hace un gesto de desaprobación. Deposita la charola a un lado de mis papeles. Sirve dos vasos y se los lleva hasta la terraza. Ustedes aceptan gustosas. Beben de un trago todo el contenido. Una gota les resbala por la comisura de los labios. La relamen. Se recuestan de nuevo sobre la toallas. Yo enciendo otro cigarro. Su madre me mira enojada pero reconsidera: sabe que lo que escribo sirve para hacerla disfrutar de sus vacaciones en una casa de verano. Intenta servirme un vaso de limonada pero la detengo. La tomo de la mano y la llevo hasta la habitación. Sé lo que tengo qué hacer. Bajo sus pantalones con un solo movimiento. Observo la flacidez de sus nalgas y muslos. Su obscena blancura. Imagino que hace quince años ustedes salieron por en medio de esas nalgas. Sonrío. Saco mi pene que ha estado erecto desde la mañana. La penetro por el culo. Se lo hago lo más fuerte posible, esperando que grite de dolor y ustedes escuchen sus gritos. Y entonces se guiñen el ojo una a la otra, como dos cómplices de lo mismo.

 

Mayo del 2004.

 

 

 

 

 

 

 

 

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