domingo, 11 de julio de 2010

El Rocanrol del Doctor.

Mira que no soy afecto a escribir recuerdos reales porque me parece un truco barato. Aunque mira que a veces aquellos son los más efectivos, sobre todo si los ojos que los observan son los de un público atento a cualquier cosa que los saque de su caminata eterna sobre el centro de sus ciudades. Dónde quedó la bolita, se preguntan y si es que acaso adivinan, se desilusionan pues han descubierto el truco. Un truco barato no espera ser descubierto precisamente porque fue gratis, ¿qué chiste tiene descubrirlo? Pero la verdad es que nunca quise ser mago; como sabes, siempre quise ser violinista en un mariachi.

Y mira que no soy afecto a las metáforas pero ya me aventé un par sin sentido y ya no sé dónde quedó la bolita. La verdad es que, amigo mío, últimamente mi cabeza está dividida en tres cáscaras de nuez y nunca adivino dónde mierdas quedó el recuerdo que buscaba.

Pero si miro hacia arriba, aparece el título de esto y entonces te digo que recuerdo que a ti siempre te gustó el rocanrol. Y ayer me eché una película que estaba llena de canciones y de historias de esa música que tú me enseñaste y por la que me llevaste y que me ha acompañado en todas las etapas de mis treinta.

Fíjate que no recuerdo cuál es la primera que recuerdo, pero sí sé que Beautiful boy de Lennon, me era tarareada en mis primeros años por las cuerdas de tu garganta según me cuentan. Y según me cuento a mí mismo cuando me da por hacer trucos baratos, recuerdo aquellas fiestas que dabas para tus amigos. Yo entonces tendría seis o siete años. Me gustaba aparecerme después de media noche, cuando ya todos habían dejado sus disfraces al fondo de la botella o del clóset, caminando haciéndome el dormido aunque con los ojos bien abiertos con mi cobija rosa a rastras. Y entonces los señores me hacían la fiesta y reían y yo les decía por adentro, “ándenles, cabrones, ríanse del niñito que mañana, cuando no se puedan ni mover, él se estará riendo de ustedes”. Y ese “mañana” viajó por el tiempo hasta que me di cuenta que la que ganaba era la cruda sobre todos nosotros.

Pero siguiendo con la fiesta, yo me colocaba justo debajo de aquella mesa de vidrio, la mesa del centro de atención que me ha acompañado toda mi vida adulta y tú tenías ya esa guitarra café y cantabas tequila con limón y un poco de ron aunque todos, hasta yo, sabíamos que nomás cantabas para divertirnos.

Porque a ti lo que te gustaba era escuchar discos de Frank Zappa o el Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band los domingos después de haber comprado el UnomásUno. Cuando eran las diez de la mañana en la casa del centro de Tlalpan y tú ponías aquellos discos que sonaban a agujas raspando vinil y yo despertaba con siete u ocho años caminando ligero por ese largo pasillo y te encontraba ahí, cantando y escuchando; o sólo escuchando, y yo me acostaba a seguir el sueño que había tenido a tus pies mientras tú interpretabas como buen siquiatra esas canciones o mis sueños o al país o la portada del Who´s next.

Y mira que no soy afecto a mostrarte mi afecto en público porque somos hombres y Viva- La-Paz-hijos-de-la-Chingada, pero hoy ya es domingo por la noche y en la mañana pensé mucho en ti. Porque pasa que cuando me da por preparar el desayuno los domingos, sigo la misma rutina que recuerdo tú tenías. Y pongo un disco de los clásicos a todo volumen valiéndome madre si molesto a los vecinos, echo cualquier cantidad de huevos, salchichas, jamón, cebolla y chile al sartén y desayuno mientras leo La Jornada a falta del UnomásUno. Pero eso sí, evito poner A day in the life porque escuchar ese final tan temprano, me sigue sacando de onda aunque ya esté huevoncito. Y una vez he terminado, voy al baño con un libro, el que sea que esté leyendo y entonces recuerdo que otro de los placeres que me heredaste, (además del de cagar), es el de la literatura.

Y mira que el de la música y el de los libros, para mí siempre han ido de la mano. Porque da la casualidad de que el primer libro al que me llevaste, (porque nunca me lo diste en la mano, conductista de cuarta), fue La Tumba de José Agustín. Y entonces las palabras se movían tan libres como los dedos de Clapton en el Sunshine of your love y yo veía sorprendido que los escritores no eran sólo esos barbones que escuchaban vals mientras apuntaban en sus libretitas los traumas de señoronas sans sacudidas como Freud en sus Obras Completas, sino rockstars que usaban las comas y los puntos y las “y” para unir historias a un ritmo vertiginoso y meramente desmadroso. Y así como pasé del fresa She loves you de los Beatles al durísimo Sándwich de Zappa, también fui avanzando de esa Tumba hasta llegar al Se está haciendo tarde o al Pasto verde de Parménides. Y ahí valió madres, mi hermano. Porque entonces vino Hemingway, Miller, Burroughs, Kerouac y Leonard Cohen y Sam Shepard y Bukowski que sí chupaba y en serio. Esos sí eran hombres y no pedazos como los putos maricas de la Literatura de la Onda.

Pero repito, ahí valió. Porque entonces tiré al excusado el futbol y sus regaderas grupales medio homo y me fui derechito por el camino del strong silent man como bien le llama Tony Soprano. Me gustó la soledad de la noche frente a un teclado, escuchando música, dándole duro a las teclas como si no hubiera mañana. Pero ese también es un disfraz, una fachada más rocosa pero fachada al fin. Y en fin que así fui yo y aquí estoy yo, abusando de las groserías y las “y” para esconder lo que realmente siento.

Que es decirte que te quiero.

Que mi más grande tesoro es una carta que me escribiste cuando cumplí dieciocho años. Esa carta que me escribiste desde Santiago de Chile un nueve de octubre de hace doce años. Esa carta escrita con una letra incomprensible de doctor, que me describía como un hombre sensible, capaz de crear lo que quisiera. Esa carta que me decía que no había camino ni bueno ni malo, solamente el mío. Esa carta que, irónicamente, consulto cada vez que pierdo el rumbo y no sé para dónde ir como ahora. Esa carta que me hizo escribir esta carta, ahí por si ocupas. Esa carta que me dice que sí, que la vida es jodidísima pero tiene su lado bueno.

Que no es que el malo gane, sino que el bueno lo interpretó Mel Gibson y Mel Gibson apesta.

Que no es que Ringo fuera malo, sino que lo opacaron tres estrellas que sin él no hubieran brillado.

Que no es que no hubieras querido que fuera siquiatra, sino que no quise serlo.

Que no es que las mujeres estén locas, sino que los hombres no nos hemos tomado el tiempo suficiente para averiguar si realmente nosotros somos los cuerdos.

Que no es que Obladí Obladá sea una canción de mierda, sino que le gusta a los niños.

Que no es que la noche sea corta, sino que yo, por pinchi necio, la quiera hacer más larga de lo que, científicamente, es.

Que no es que Zappa sea incomprensible, sino que yo, por mi complejo de Dios, no pueda sentarme a escuchar lo que otros hacen mejor.

Que no es que, cuando jugaba futbol, fallara las más fáciles, sino que metía las más difíciles.

Que no es que nada, sino que todo.

Que si todo está jodido, no hay como pararse un domingo, poner un buen disco de rocanrol y echar en el sartén todo lo que quepa.

Y desayunar sin prisa, alimentar a la opinión propia y pensar que esta vida se hizo para vivirla como viene, día a día y mejor si ese día tiene un Here comes the sun armonizándolo.

Y por supuesto, para ir a cagarla después y a lo que sigue.

Para mi Padre con todo el All you need is love que cabe en estas páginas.

Agustín Vélez Romero.

Campeche, D.F.

11 de julio del dos mil diez.

2 comentarios:

  1. Recordar a papá como un guía espiritual, ha de ser maravilloso para ellos.
    Hay cartas que son bíblias.
    Acabo de poner a Frank Zappa que no conocía y está muy pacheco.

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