Jack is in his corset, and Jane is her vest.
Sweet Jane.
The Velvet Underground.
Recostado sobre mi espalda, sobre un futón rojo cubierto por una cobija rosa, a través los audífonos escucho a Lou Reed. Únicamente acompañado por mi sobriedad, paso la mirada del techo hacia la luna que deja ver mi ventana y de ahí de nuevo al techo. Jugando con hacer desaparecer a la luna o yo desaparecer ante ella. Jugando a exponerme o a esconderme de ella.
Recostado sobre mi espalda paso del techo a la luna y de ahí a las estrellas y de ahí al universo hasta volver a volver a estar recostado sobre mi espalda pero ahora con quince años sobre otra cama que entonces era mi cama.
Recostado sobre mi espalda pero ahora tocando una colcha roja con cuadros verdosos tapando una cama tamaño extra individual. Con unos audífonos ahora, incómodos de diadema con las esponjas mordidas por una gata entonces viva. Dejando que entraran a través de esas orejas maltrechas la voz de Jordi Soler en su programa de radio de las diez, anunciando esa eterna entrada a su mundo dejando sonar Satellite of love.
Y aquella mueca constante de un niño de quince años se transformaba en sonrisa y sus manos abrían las persianas para dejar ante su mirada aquel otro satélite de queso o de amor. “Lluvia de luz azulosa” la llamaba entonces el niño poeta hasta que Jordi hablaba para ponerlo en su lugar.
“Música para Charles Bukowski” pedía el locutor a su operador, y entonces una música clásica de otro tipo, la de violines y sinfónicas, comenzaba a acompañar a esa voz pastosa de whiskey, café y tabaco por la líneas arrítmicas del viejo poeta indecente:
El crujido.
Demasiado, muy poco
muy gordo
muy delgado
o nadie.
risa o
lágrimas
rivales o
amantes.
Extraños con rostros
como el reverso
de dedos pulgares.
Ejércitos corriendo entre
Calles sangrientas
Agitando botellas de vino
Acuchillando
Y cogiendo con vírgenes.
Un viejo en un cuarto barato
con una fotografía de M. Monroe.
Hay una soledad tan grande en este mundo
que puedes verla en el lento movimiento
de las manecillas de un reloj.
Entonces el niño casi adulto casi niño, cerraba los ojos para ver en oscuro a la luna y pensar y pensar y pensar. Y pensar en cómo sería su vida acompañado de quién. En cómo sería ese amor que había tocado tanto a ese jodido poeta y cómo sería ese otro que había enamorado a ese locutor escritor de sonidos. En por qué esos amores parecían pasar como un río revuelto y agreste arrasando con todo lo que se encontrara a su paso. Dejando a la deriva a estos dos náufragos, flotando en una balsa apenas amarrada por cuerdas tan débiles como sus esperanzas por caer sobre un lago tranquilo después de tal revolcada.
Pensando en cómo sería para él mismo su propia experiencia, su línea amorosa de vida, sus ríos naufragados, sus días perfectos de verano paseando por el lago. Pensando, primero, al lado de quién moriría y de ahí para atrás, nadando de croll, hasta llegar a la primera mujer que le abriera las piernas, el mundo, la tierra y lo dejara entrar en ella.
La gente está cansada
mutilada
por el amor o el desamor
la gente no es buena con los demás
el uno al otro
El rico no es bueno con el rico
el pobre no es bueno con el pobre
Tenemos miedo
Nuestro sistema educativo nos dice
que todos podemos llegar a ser
ganadores de culo grande
No se nos dijo
de los atrevidos
o los suicidas
o del terror de una persona
adolorida, en un lugar solitario
intocable
indecible.
Regando una planta
Recostado entonces me preguntaba, ¿pues qué les habrá pasado? y ¿así de desgarrador es el amor? Recostado ahora recuerdo ese primer enamoramiento y ese primer dolor, y luego el segundo y luego el tercero y prefiero mil veces el último. Porque a esa edad, pasar de la mano sudada a las piernas abiertas es un camino a contra reloj que se disfruta. Pero regresar de las piernas abiertas a las manos sudadas y de ahí a la temida amistad, es un camino lleno de pozos algunos sin final.
Y recostado ahora pienso que cualquier ser humano a la edad de quince años aún tiene el músculo del corazón bastante nuevo, y cualquier rasgadura deja cicatrices que nunca logran sanar.
La gente no es buena con los demás
La gente no es buena con los demás
La gente no es buena con los demás
y supongo que nunca lo serán
y no les pido que lo sean.
La cuenta suspenderá
las nubes nublarán,
el asesino decapitará al niño
como si diera una mordida a un cono de helado.
Y los años pasaban y yo seguía recostado sobre esa cama, viviendo cada revolcada de agua esperando que fuera la última. Hasta que me encontré una buena guarida, una buena capa protectora. Flotando en el universo como un satélite escalpado siempre deseoso pero siempre miedoso de volver a chocar de lleno contra su planeta adorado.
“Ya estás otra vez de satélite” me decía mi padre cuando yo era más chico y no quería separarme de su lado. Y como lo hacía en ese entonces así me mantuve girando por años, rozando ocasionalmente la órbita del planeta femenino. Lastimando yo a veces a esa misteriosa esfera con mis hoyos lunares o lastimándome a veces ella con su atmósfera cambiante.
Recostado entonces sobre esos quince años, abría los ojos y miraba en vivo a la luna, dejando que los dedos de Charles y la garganta de Jordi se movieran entre mi pelo provocándome escalofríos con su:
Demasiado, muy poco
muy gordo
muy delgado
O nadie.
Mas rivales que amantes
La gente no es buena con la demás
tal vez si lo fuera
nuestras muertes no serían tan malas
mientras tanto, miro a las jovencitas
codiciadas
flores de oportunidad.
Debe haber una manera
seguramente debe haber una manera
en la que todavía no hemos pensado
¿quién puso este cerebro en mí?
Recostado sobre mi espalda, sobre un futón rojo cubierto de una cobija rosa, a través los audífonos escucho a Lou Reed. Únicamente acompañado por mi sobriedad, observo el techo y después a la luna y juego a pensar en que soy un satélite deseoso y ya no miedoso de entrar pacientemente en mi planeta adorado y provocar estallidos y maremotos y el fin de los tiempos para nacer otra vez. Crear juntos un nuevo planeta y poblar y vivir otra vez.
Recostado sobre mi espalda, caminando lentamente entre las manecillas de un reloj, pienso en mi mujer y en su luna que siempre será también la mía y que siempre, por siempre, como el amor, estará ahí.
él llora
él pide
él dice que hay oportunidad
Ésta no dirá no.
Charles Bukowski.
Entonces Jordi decía “ahora con ustedes...”, daba una calada a su cigarro y repetía, “ahora con ustedes…”
“Sweet Jane”.
Para Janis White, con todo mi amor, respeto y deseo.
Y el crédito evidente a Jordi Soler y Charles Bukowski.
Agustín Vélez.
Campeche. Ciudad de México. Agosto del Dos mil diez.
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