sábado, 5 de septiembre de 2009

En lo que dura Crimson and clover.


 

-       Te traes una especie de magia rara entre las manos-. Dijo y le sacudió un poco de la ceniza que había caído sobre su suéter negro de lana.

 

Pensó en contestarle “whatever, man”, pero hablar en inglés cuando se espera español altera un poco las ondas del universo. Aunque a veces el inglés es más atinado, concluyó.

 

Afuera no pasaba mucho más que taxis hambrientos y ambulancias sonámbulas. Los dos tenían miedo de conocer pero se habían conocido como dos personas solitarias que buscan la soledad acompañados. Y una vez que se habían conocido en realidad no pasaba mucho más que taxis sonámbulos y ambulancias hambrientas y ellos dos.

 

-       ¿Cómo se llamaba esa película donde dos policías tomaban café en un vasito con barajas pintadas en los costados?

-       ¿Cuál?

-       No sé si eran policías, pero alguien tomaba café de maquinita y los vasos traían pintadas cartas a los lados.

-       Mmm. No sé.

-       ¿Robocop?

-       ¿Robocop? ¿En serio?

-       No sé. Te digo que no estoy seguro de que fueran policías.

-      

-       Sacaban su vasito lleno de café de la máquina y como que tenían la esperanza de que les saliera póquer o full.

-       No sé de qué película hablas.

 

El mesero sólo se paseaba porque ya no tenía otra labor qué hacer en el restaurante. Pensaba tal vez en la obsesión del dueño por cerrar tan tarde cuando no había necesidad. “Nunca sabes cuándo va a llegar alguien hambriento”. Pero casi nunca era un nunca bien preciso y nunca llegaba nadie hambriento a tales horas. “¿Quién quiere cenar pato o salchicha alemana a las dos de la madrugada?” Tomó una escoba y comenzó a barrer mirando de reojo a aquella pareja que hablaba con las manos y tomaba mucho. “Si piden algo más de tomar ya no les voy a servir”.

 

Universal Estéreo sonaba en las pequeñas bocinas colocadas estratégicamente en cada rincón del techo. La tercera botella de vino iba a la mitad pero ella ya tenía ganas de tequila y él de ron.

 

-       Siento que ese mesero no nos quiere. Vamos pidiendo otra cosa antes de que cierren.

-       Todavía queda media botella de vino.

-       Pero ya no quiero.

-       Yo tampoco.

-       ¡Joven!

 

 

 

 

 

 

-       ¿Joven?

 

Don Jacques se acercó gritando entre dientes que iba a correr a ese mesero hijo de la gran puta por libertino. Al escuchar el pedido de la pareja lo anotó con gusto; hoy ese mesero no se largaba temprano o se dejaba de llamar Jacques de la Riva.

 

-       Où vas tu en baver, avec gran paisir? -. Preguntó Don Jacques en un francés que no conocía y que sólo usaba para asustar a sus empleados. – Un Tradicional frío y un Havana Club Siete Años en las rocas para los señores, huevón hijo de la chingada-. Dijo el marqués de la Riva en el español que dominaba desde los cuatro años.

 

Mientras salía de la cocina, Don Jacques se ajustó el cinturón y sus Dockers negros quedaron justo arriba del ombligo, donde le gustaban. Le dedicó una sonrisa a la pareja que miraba melancólica o pensativa hacia Reforma y sonrió recordando o anhelando o esperando o lo que fuera que sentía cuando sentía la esperanza de su dedo acariciando la caja registradora.

 

Y la noche pasaba arrastrándose sobre el pavimento negro y con aristas.

 

Ah, when will she come walking over,

Now I´ve been waiting to show her,

Crimson and clover,

Over and over.

 

 

-       Seguro te acuerdas de la película.

-       ¿Cuál? ¿Robocop?

-       Ajá.

-       Claro que me acuerdo pero no recuerdo esa parte de los vasos de café.

-       Mmm.

-      

-       ¿Te acuerdas cuando a Robocop antes de ser Robocop lo metían en ácido?

-       Jajaja.

-       Jajajaj.

 

Seguro alguien estaba muriendo en alguna parte de la ciudad, otros cogían y otros, la mayoría, simplemente dormían. Pero la oscuridad azulosa de la madrugada comenzaba a entrar por las ventanas del Jardín del Cochon y eso los hacía sentir seguros. Nadie observaba y la soledad los abrazaba. Y la maldita madrugada por algunos minutos podía llegar a ser la más hermosa de las creaciones de la naturaleza convirtiéndose en una santa a la cual la pareja le rezaba manoteando y riendo discretamente, aplacando las ansiedades de la realidad con tan sólo verse a la cara y después llevar los ojos a los vasos y beber y escuchar que Universal Estéreo presenta Crimson and Clover, tan tarán tán tán tán y tocarse entonces las manos con las manos del otro y sentir que son el otro por un segundo alargado hasta toda la madrugada uniéndose a los taxis hambrientos y a las ambulancias sonámbulas y a las putas de la esquina y al camellón como oasis citadino y al mundo entero anestesiado sobre las piernas calientes de la pareja cantando, susurrando Crimson and clover en Universal Estéreo, golden music, tan tarán tán tán tán.

 

El mesero los observaba enfadado, con las piernas estiradas y los brazos sobre la cabeza. Pareciera que la canción llevaba sonando durante tres horas enteras y el coro repetitivo lo hacía pensar o en lo gris del techo o en el suicidio o en recostarse al lado de su madre y llorar por su fracaso.

 

-       Se me antojó el pato-. Dijo Ella.

-       Pidámoslo. Sólo déjame sentir tus manos una vez más-. Sugirió Él.

 

 

Agustín Vélez.

Dos mil nueve.